La verdadera Smart City - Parte 1.

Hace un tiempo estuvimos hablando en el blog del concepto de “Big Data”. Estuvimos desarrollando el verdadero potencial ambiental que se esconde tras un término muy de moda, pero que pocas veces se muestra en toda su extensión, pues suele ser utilizado como arma propagandística por parte de los más “snob”.


Algo similar ocurre, y así lo poníamos de manifiesto en el mismo artículo, con el concepto “Smart City” (Ciudad Inteligente en castellano). La Smart City se ha convertido también en una nueva moda para las urbes a la que pocos se han resistido a apuntarse, pero que también muy pocos han conseguido desarrollar en la plenitud del concepto.


¿ES MI CIUDAD UNA SMART CITY?

Si buscamos la definición de “Inteligente”, veremos que algo se define como tal cuando tiene la capacidad de entender o comprender y de resolver problemas. Inteligente es aquello que dispone de la facultad para responder a los cambios del entorno e incluso adelantarse a los mismos. Aquello capaz de establecer las condiciones óptimas de funcionamiento sin necesidad de intervención externa.

Si aplicamos esta definición a una ciudad, podremos comprobar que pocas ciudades serían realmente inteligentes. Y es que este aspecto, aplicado a la Smart City, implica necesariamente la innovación operativa en la gestión de la ciudad, la capacidad de programar sus servicios, anticiparse a la evolución de su entorno y/o adaptarse a los cambios, precisamente el principal problema de las ciudades actuales, incluso de aquellas que se dan en llamar “Smart”.

Quizás esta sea la razón de que el concepto Smart City haya quedado algo difuminado en la actualidad y sin una verdadera implementación. Da incluso la sensación de que lo utilizamos simplemente como un esnobismo para vender humo ... Y de hecho, en muchas ocasiones, es así.

Llegados a este punto... ¿qué podemos considerar como una “Smart City”?

El problema aquí es, que la conversión de "tonto" a "inteligente" es algo gradual que requiere de un trabajo constante de evolución, por lo que nos encontramos con la delgada línea roja que separa el paso de una ciudad “Fool”(tonta) a una ciudad “Smart” (inteligente).

¿Inteligente o boba, donde está el límite?
Esta delgada línea roja es la que muchos difuminan, desvirtuando el concepto hasta tal punto que uno no sabe si una ciudad es “Smart City” de verdad, habiendo evolucionado y trabajado en este concepto, o si por el contrario lo es porque es más "lista" que "inteligente".

El caso es que al final la etiqueta o título de Smart City lleva vinculado, para muchos de los que nos gusta bucear en estos conceptos, más un proceso de lavado de cara que de verdadera evolución del sistema urbano clásico. Al final lo "Smart" se parece más al "greenwashing" que ya vimos en otros artículos que al concepto real de "inteligente".

Entonces.... ¿Cómo puedo diferenciar que es o no "Smart"?

Para saber si una ciudad es una Smart City o no, podemos dejarnos llevar por las normativas y estándares que recientemente están intentando regular el concepto para establecer un marco común. Es posible que esta sea una buena forma de hacerlo, y por lo menos tener definido el nivel de dónde ponemos el listón (ya cada uno considerará si este listón está bajo o alto).

A la cabeza en estandarización del concepto de Smart City está precisamente España, donde la Asociación Española de Normalización y Certificación (AENOR) dispone de un Comité Técnico de Normalización (AEN/CTN 178) que ha sacado ya un total de 18 normas de estandarización, a la espera de que se publiquen nuevas normas que las complementarán, según se anunció en Abril de este año.

Si revisáis el listado, y os gastáis el dinero en comprar las normas, podréis comprobar que AENOR está realizando un escrupuloso trabajo de estandarización de cada una de las áreas más típicas de una “Smart City”: open data, gestión de activos, gestión de servicios básicos, indicadores de gestión, gestión de infraestructuras como redes de agua, transportes, telecomunicaciones o energía. Evidentemente, y a ese nivel de detalle, está claro que aún queda mucho por avanzar en la estandarización del concepto Smart, previéndose el desarrollo de unas 50 normas que regularán este concepto en cada una de las seis áreas que se consideran vitales para el desarrollo de una Smart City: Economía, Gobernanza, Entorno, Movilidad, Personas y Calidad del Vida.

En esta línea AENOR está sentando los principios que regirían la toma de decisiones, la ejecución de acciones y la implementación de soluciones tecnológicas (fundamentalmente las TIC) en cada uno de los campos de acción, un terreno en el que el trabajo promete ser arduo.

Evidentemente, responder a la pregunta de: ¿es mi ciudad una verdadera Smart City? desde este prisma, se nos podría antojar algo complejo, por lo que yo lo que os propongo es un sencillo test que, de contestarse con sinceridad y haciendo un análisis de la información real disponible, nos puede dar además las claves que necesitamos:
Sobre este test es sobre el que desarrollaremos el concepto de Smart City en este blog, de una forma sencilla, que nos permita comprender la base en la que se deberían asentar las ciudades del futuro, las realmente “Smart”, y sus implicaciones desde el punto de vista ambiental.


EL NÚCLEO DE LA SMART CITY

Una ciudad es tan buena como las infraestructuras que la componen, y estas serán más o menos inteligentes en función de cómo respondan a las expectativas del ciudadano y cómo se adapten a las condiciones cambiantes para seguir dando el mejor servicio, de lo cual se puede deducir fácilmente que, para que una ciudad alcance la excelencia debe conocer:

  • Las necesidades y expectativas de sus ciudadanos para cada una de las necesidades que puedan surgir en su día a día.

  • El funcionamiento de sus infraestructuras y servicios, así como el grado de cobertura y respuesta que se está dando al ciudadano para cada una de las áreas y en cada momento.

  • Los recursos de los que dispone, o puede disponer a futuro, para suministrar el servicio a los ciudadanos, y su evolución con el tiempo.

El primero de los factores forma parte de la comunicación de la Smart City con el ciudadano y del grado en que esta consiga hacer que el mismo se involucre en los distintos aspectos de su gestión, o lo que es lo mismo, la forma en la que se consigue que el ciudadano sea un “prosumidor”, un consumidor proactivo que es capaz de modificar y adaptar sus hábitos al potencial de servicios que le ofrece su ciudad.

El segundo de ellos forma parte de la economía y gobernanza de la ciudad, pero sobretodo del control de las infraestructuras y servicios, razón por la que las TIC (tecnologías de la información y la comunicación) resultan de tal importancia para las Smart Cities y aparecen con semejante promiscuidad en la literatura sobre el tema.

El tercero de ellos dará forma a la relación inteligente de la ciudad con el entorno, una de las principales patas del banco sobre el que se sostiene el concepto de Smart City, y que por tener relación directa con el concepto ambiental trataremos con mayor desarrollo en un segundo artículo.


UNA CIUDAD POR Y PARA LAS PERSONAS.

El factor humano es, sin lugar a dudas, el eje fundamental sobre el que debe girar cualquier ciudad, y mucho más una Smart City. Las personas son el objeto fundamental de cualquier ciudad y, sin ellas, estas no serían más que gigantescas moles artificiales de cemento y asfalto sin ningún fin ni objeto.

Muchos de los que estén leyendo este post recordarán esa imágen de jungla de asfalto que reproducían muchas películas de los 80 para representar a la grandes urbes de la época. 

Esa imagen de entorno hostil poco tendría que ver, hoy en día, con el concepto de una Smart City diseñada para el bienestar y la integración de las personas, incluso las "mas asilvestradas".



Este Siglo en el que estamos se ha convertido en el siglo de las ciudades. Las ciudades son hoy en día ya el principal entorno de desarrollo del ser humano, el hábitat esencial en el que se desenvuelve la vida de muchas personas. Para alguna de ellas, de hecho, la ciudad será el único entorno que conocerán en toda su vida, por lo que resultará vital para su desarrollo y bienestar.

De ahí la importancia que tiene la integración del factor social en el fenómeno Smart City, buscando un modelo de desarrollo urbano basado en el bienestar y la mejora real de la calidad de vida de todos los ciudadanos. Todo ello a través de un modelo integrador, un entorno colaborativo, y un diseño de ciudad que busca cubrir las necesidades reales de sus habitantes y visitantes.

Y es que, el objetivo de una ciudad no es otro que el de proporcionar un entorno de desarrollo apto a las congregaciones de altas densidades de personas, algo que requiere de un diseño realizado por personas al servicio de las personas, debiendo aparecer el factor humano en el diseño, desarrollo y control de todas sus facetas.

Pero, ¿en qué afecta el factor humano al diseño y desarrollo de una Smart City?

En primer lugar, se tiene que tener en cuenta que si los ciudadanos son “tontos”, la ciudad difícilmente será “inteligente”. Y esta frase bien entendida implica la necesidad de formar al ciudadano en el análisis crítico y en el uso de las herramientas de participación en la Smart City, de forma que entienda que es parte activa de su ciudad.

Si los ciudadanos son tontos, la ciudad difícilmente será inteligente

Una ciudad nunca podrá tender a la inteligencia si está compuesta por masas sociales aborregadas. Masas movidas por poco más que el acto del consumo basado en las tendencias y modas del momento, que viven de espaldas al entorno que los sustenta.

Es necesario por tanto involucrar al ciudadano en la gestión de la ciudad, propiciar un entorno colaborativo y darle las herramientas necesarias para que participe en el mismo. Y dichas herramientas no son sólo las TIC (tecnologías de información y comunicación), que en ocasiones pueden resultar incluso excluyentes y discriminatorias. Las actuaciones y líneas de trabajo deben ir dirigidas a la información, la formación y la integración del ciudadano. En la Smart City no se trata de que el ciudadano participe del pulso de su ciudad, sino de que se involucre en su concepción y desarrollo.

Todo lo anterior no se podría entender sin la concepción de un sistema abierto y dialogante. Razón por la que el concepto de Smart City implica necesariamente la creación de un sistema democrático y abierto de gobierno. Todo un reto para las administraciones locales por cuanto que supone un nuevo modelo que pasa de la opacidad de la cúpula de gobierno, al liderazgo abierto a la consulta y participación ciudadana.

En este punto, me vuelvo a poner nostálgico y ochentero (cosas de la edad), ya que cuando pienso en muchas Smart Cities españolas, a mi me viene a la cabeza la imagen de una divertida película de 1989 llamada en España “No me chilles que no te veo”.

El problema de la comunicación entre ciudadano y gobierno en la ciudad, es un reto que aún está pendiente de asumir para muchas Smart Cities actuales.



Y es que lo más difícil es encontrar una comunicación bidireccional eficiente en una ciudad y, aunque existen multitud de herramientas para favorecer la misma y las TIC no suelen ser el problema en este punto, el diálogo abierto con el ciudadano sigue siendo un problema para muchas ciudades en las que ni el gobierno explica (o sabe explicar) ni los ciudadanos participan (o saben cómo contribuir).

Este aspecto es fundamental ya que es causa directa del surgimiento de la figura del “prosumidor”, que descubre por fin que el gobierno de una ciudad no es más que un grupo de personas encargadas de gestionar unas infraestructuras y servicios, para su beneficio y bienestar, y que requieren de su colaboración y comunicación… y ojo, aquí nos da igual que estemos hablando de ciudadanos habituales o de visitantes puntuales.


LA TECNOLOGÍA EN LA SMART CITY

Está claro que la Smart City debe centrarse en el servicio al ciudadano, en el incremento de su bienestar, y esto sólo se puede alcanzar conociendo sus necesidades en cada momento, haciéndole partícipe del sistema puesto a su servicio y controlando los factores que lo condicionan a todos los niveles.

El control de los servicios es por tanto fundamental para una Smart City, que debe garantizar que se hace para todos los parámetros necesarios, en tiempo real y de forma tal que permita su posterior estudio y evaluación, razón por la que las nuevas tecnologías, la sensorización y las TIC (tecnologías de la información y la comunicación), así como en segundo plano las herramientas de "Big Data", son parte esencial del sistema nervioso de nuestra ciudad, formando parte del núcleo fundamental de una "Smart City" y de las soluciones que se plantean.

Las nuevas tecnologías de control, comunicación, información y procesado de datos, destinadas al seguimiento en tiempo real de infraestructuras y servicios, son pues el tejido conjuntivo que aúna ciudadanía (como consumidores), servicios (como respuesta a necesidades) e infraestructuras y medios (como herramientas de los anteriores). En este sentido, además de nuevas tecnologías, es necesario aplicar la gestión inteligente durante todo el ciclo, desde la planificación hasta su ejecución y posterior evaluación.

Pero alcanzar este hito no es tan sencillo como podría parecer a primera vista. El planteamiento del “sistema nervioso” de nuestra ciudad es un reto que debe abordarse con mimo y cuidado, de forma progresiva, y como parte de un proceso de evolución programado y pensado. De lo contrario, es muy fácil caer en errores de bulto y realizar inversiones que para nada ayudan a nuestra ciudad a ser inteligente.

Y dado que es mucho más común de lo que nos creemos que nuestras "ciudades inteligentes" caigan en estos errores, haremos psicología inversa y los utilizaremos para describir este apartado:

El primer error suele ser el control aún manual de muchos datos, parámetros o sistemas, con medios de adquisición o incluso de control y programación que continúan siendo manuales (programaciones de riego, armarios de control de tráfico, etc) y por lo tanto escasamente flexibles y controlables.

Por ejemplo, cuantas veces no habremos visto en “ciudades inteligentes” el riego de zonas verdes activado mientras están cayendo lluvias torrenciales, o el alumbrado encendido cuando la iluminación natural es más que suficiente. De hecho, hace poco pude ver como una “smart city” española estaba regando una zona verde justo antes de que se produjese una celebración de carácter festivo en la misma (ya programada)… un comportamiento que dista mucho de poder definirse como “inteligente”.

Todos los servicios e infraestructuras de una Smart City deberían de tener un control en tiempo real y automatizado de sus parámetros de funcionamiento y diseño, permitiendo su programación manual y su adaptación a las necesidades puntuales que se estén dando.

El segundo error suele estar en el aislamiento de sistemas o en la falta de integración de datos y servicios en un solo “cerebro” que permita la interacción y la programación entre ellos desde un punto de vista global. De hecho, lo más habitual es ver a cada departamento o infraestructura operando de forma independiente e incomunicada de las demás.

Por ejemplo, una Estación Depuradora de Aguas Residuales Urbanas podría prepararse mejor y adaptar sus sistemas de tratamiento si supiese en tiempo real cual está siendo la aportación realizada en cuanto a caudal y propiedades por cada uno de los ramales conectados, y daría un salto cualitativo importante, por ejemplo, si en su servicio contase con datos meteorológicos sobre la precipitación en las zonas de influencia de recogida, permitiendo programar con antelación su sistema para el tratamiento de tormentas y avenidas.

Al igual que en nuestro cuerpo los distintos sistemas están conectados entre sí y son capaces de reaccionar de forma coordinada a los estímulos internos y externos, influenciándose el uno en el otro, en una ciudad inteligente los sistemas deben estar también interconectados de forma tal que se permita una adecuada retroalimentación e intervención en los servicios.

El tercer error suele estar en el open data y la transparencia mal entendidas, convirtiéndolas en una avalancha de datos sin sentido o incluso erróneos.

Todos estamos de acuerdo en que el cliente final de una “Smart City” es el ciudadano, y que a él se debe destinar el esfuerzo realizado. Pero el servicio al ciudadano se confunde en muchas ocasiones con el servilismo mal entendido.

Así, es costumbre común en muchas “ciudades inteligentes” trasladar un volumen ingente de datos, algunos incluso nulos o contradictorios entre si (al ser datos temporales pendientes de validación), bajo la falsa creencia de que trasladar datos es trasladar información. Esto en muchas ocasiones confunde al ciudadano, lo colapsa, y lo vuelve incluso receloso contra el sistema.

En este sentido, hay que tener en cuenta que el ciudadano quiere servicios útiles y que respondan a sus expectativas, y en pocas ocasiones le interesa cómo se logren estos o qué datos se puedan estar manejando para su control, salvo que estos puedan afectarle o puedan caer bajo su intervención directa.

Los datos deben ser para el sistema. La información útil y procesada para el ciudadano.


El cuarto error fundamental es la falta de control sobre los condicionantes principales que configuran los servicios que ofertan la mayoría de las Smart Cities.

Una prueba de ello es que, si pensamos en los servicios de nuestra ciudad, la mayoría de las ocasiones comprobaremos que obvian el control sobre los propios usuarios y su comportamiento en relación a su funcionamiento. Tremendo error, ya que deben ser estos siempre el principal parámetro a tener en cuenta.

La población y su comportamiento en la ciudad son uno de los factores principales que condicionan el funcionamiento, el control e incluso la planificación de los servicios. Esto es algo que muchas ciudades olvidan. La vigilancia de flujos y comportamientos, la interacción con la población, e incluso la sinergia de la Smart city con el ciudadano, convirtiendo a este en un prosumidor, tal y como ya hemos comentado, uno de los pilares de la Smart City que muchos olvidan tener en cuenta.

Por ejemplo, cuando hablamos del transporte urbano, estamos hablando de movilidad, y no sólo de autobuses o metros dando vueltas. Estos son sólo medios para desplazar ciudadanos que deben adaptar su servicio a los flujos de población existentes y a las necesidades de desplazamiento.

Ibas a un sitio en transporte público, y para ello salías a la calle, te ponías en la parada del autobús y esperabas a que llegase, rezando para que no viniese lleno, o para que no hubiese tráfico, sin saber muy bien cuándo ibas a llegar.

Sales a la calle, en la parada puedes ver cuánto le queda al siguiente autobús para llegar, y en algunas ciudades incluso existen sistemas que avisan al ciudadano de la frecuencia de la línea, el tiempo de viaje, etc. Existe un seguimiento de la flota de vehículos vía GPS.

El prosumidor dirá a una aplicación dónde quiere ir y a qué hora tendría que estar, y esta le dirá dónde coger el transporte público y cuando salir, optimizando su desplazamiento. La misma aplicación se gestionará permitirá a los gestores programar los transportes urbanos en función de la demanda registrada.

Es posible incluso que a futuro desaparezcan las paradas fijas, y que tanto estas como las dotaciones de vehículos o medios se establezcan en función del registro de usuarios y necesidades de movilidad. El sistema será pues flexible, capaz de registrar el número de usuarios, sus orígenes y destinos, tiempos de espera y planificar la red de transportes en el momento.




El quinto error suele estar en pensarse que “Skynet” ya está aquí y que el factor humano asociado a las infraestructuras y servicios (los operarios y funcionarios) queda por debajo de las TIC o son meros espectadores independientes de las mismas. Las ciudades son entidades vivas, gestionadas y mantenidas por personas al servicio de personas, y cualquier sistema que omita o aísle este eslabón será un sistema roto y condenado al fracaso.

El eslabón del operario que conforma el servicio suele ser, de hecho, el gran olvidado de la Smart City actual, aún cuando debería ser el primero conectado al servicio y con un profundo conocimiento de su funcionamiento y de los medios disponibles, de forma tal que fuese el primer ente regulador del funcionamiento, control y evolución del sistema.

De hecho, muchas Smart Cities han pasado del servicio basado en la experiencia personal del trabajador, al operario autómata sin opciones para contribuir al sistema. De un modelo que funcionaba gracias al bagaje personal del mismo (viciado en ocasiones por el transcurso de años realizando la misma labor), a un servicio programado sin flexibilidad alguna para la adaptación. Ambos esquemas de funcionamiento son sistemas obsoletos que nunca van a favorecer el correcto funcionamiento de nuestros servicios.


El sexto y último error se basa en la incapacidad manifiesta para adaptarse y evolucionar que tienen muchas "Smart Cities". Entendiendo como “adaptación” a la capacidad de flexibilizar un servicio ya programado para que se adecúe a circunstancias particulares surgidas durante su ejecución, y como “evolución” a la capacidad de innovar en el diseño y programación de dicho servicio de cara a su futura ejecución.

Tal y como hemos visto, la definición de algo inteligente supone implícitamente la necesaria capacidad de adaptarse e incluso adelantarse a los cambios y fluctuaciones. Sin embargo, esta sigue siendo una de las asignaturas pendientes en muchos de los servicios e infraestructuras de las Smart Cities. Y es que muy pocas Smart Cities tienen en la actualidad una buena herramienta de evaluación y mejora continua de sus servicios, existiendo una serie de vicios ocultos en el sistema que favorecen la estanqueidad en los mismos.


Si nos fijamos en estos “errores” y en nuestra ciudades, estoy seguro de que seremos capaces de ver aún muchas oportunidades de mejora de nuestros sistemas, y sabremos hacia donde se tiene que dirigir una Smart City de verdad.

De hecho, repasados estos errores tan comunes, es posible que veamos que muchas Smart Cities no son tan “Smart” como pensábamos, y veamos aún un amplio potencial para alcanzar un nivel superior.

Os invito, para finalizar este mega-post, a realizar esta reflexión inicial, un análisis crítico de nuestras ciudades para ver cómo de “Smart” son. Un paso importante para afrontar la segunda parte de este post, cuando hablemos de las implicaciones ambientales del concepto “Smart City”.



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