REFLEXIONES CLIMÁTICAS

El 2020 lleva camino de convertirse en el segundo año más caluroso, según los registros existentes hasta el momento. Y todo ello pese al fenómeno de la Niña, que estaría generando un enfriamiento de las temperaturas globales. Se cierra así una década de calor excepcional y se abre ante nosotros la puerta a una nueva década que bien podría ser la puerta de un horno crematorio.


Graficas de Tim Osborn. HadCRUT4 Global Temperature.


Podemos confirmarlo pues, incluso para los más incrédulos. El Cambio Climático está aquí para quedarse. Pero no solo eso, es que el Cambio Climático ha venido con muchísima más fuerza y velocidad de la que muchos vaticinaban. Ni los peores escenarios modelizados alcanzaban a arrojar las cifras que ya tenemos encima. La tierra se calienta mucho más rápido de lo que nos pensábamos.


"No es la bala la que nos va a matar, es la velocidad que lleva" como bien repite hasta la saciedad ensgismau en Twitter.


Para los que trabajamos con los datos la situación es alarmante. Hace un tiempo colgábamos con el Observatorio de Sostenibilidad un gráfico que mostraba precisamente la evolución de las olas de calor en Madrid hasta el 2019 (definidas como el número de días con temperatura máxima por encima de 36ºC) y la previsión a futuro según los datos de AdappteCCa - Plataforma Sobre Adaptación a Cambio Climático en España del MITECO. Cualquiera puede ver que los datos de la última década (2010-2020) están ya por encima de los que la proyección establece para la década de los 50 (2050-2060), para el modelo RCP 8.5, el que define el peor escenario. ¿Donde estaremos de verdad cuando llegue el 2055?


Gráfica de elaboración propia. De la mano de Troposfera, OS e inspiradas en los trabajos de Ensgismau.

 

¿CÓMO EMPEZÓ TODO ESTO?

La energía en el planeta siempre ha estado canalizada a través de las plantas. Las plantas son el “transformador” energético que alimenta los ecosistemas, canalizando la energía del sol y almacenando la energía en forma de carbono que puede ser utilizado por los ecosistemas. Este mismo sistema de transformación ha servido para regular el balance de carbono en el medio, y durante miles de años ha permitido la fijación de carbono en grandes repositorios fósiles que permitieron alcanzar niveles de CO2 en la atmósfera entorno a las 260 ppm - 285 ppm (ppm - partes por millón).

Durante miles de años el ser humano ha estado subyugado a este sistema. Las plantas fijaban la capacidad de carga del ecosistema, siendo el suministro de energía (usadas como combustibles o alimento), y este se convertía en un límite infranqueable para la comunidad. Las plantas se postulaban así como uno de los factores principales de regulación del tamaño de la población humana, junto con la aparición de enfermedades, condicionando ambos los grandes declives y auges poblacionales de nuestra historia, movidos en muchas ocasiones por fluctuaciones naturales del propio clima.

Tan sólo mejoras a escala sanitaria, o pequeñas evoluciones en la explotación de cultivos, permitían subir levemente la capacidad de carga del ecosistema, consintiendo a la población crecer por encima de los antiguos límites establecidos, aunque siempre dentro de los límites físicos del sistema.

Pero todo esto cambió el día que se inventó la máquina de vapor. El día que James Watt patentó la máquina de vapor (1769) y comenzaron a mecanizarse procesos de producción, comenzaron a sucederse una serie de transformaciones radicales de la sociedad a escala tecnológica, económica y social. Llegó la Revolución Industrial.

Tras aquel primer hito, el golpe de gracia lo terminarían dando casi un siglo después la aparición del motor de exposión,en la decada de 1860, y la aparición de la electricidad, veinte años después. Dos nuevas revoluciones tecnológicas radicales, basadas también en el consumo de combustibles fósiles de forma mayoritaria, que permitiron hacer añicos ya el techo de cristal que nos imponía la naturaleza a modo de capacidad de carga.

En ese preciso momento descubrimos que el sistema se podía alimentar a placer de una nueva fuente de energía. Una energía que la naturaleza nos había estado reservando celosa hasta entonces, independiente del sol y las plantas, accesible directamente, transportable, que además se podía utilizar en el momento y permitía generar mayores niveles de trabajo, movimiento y mecanización. Y vió el hombre que aquello era bueno, y comenzó a explotarlo ansioso. Y en aquel momento el crecimiento poblacional cambió de rumbo y se volvió exponencial, pasando en un siglo de los 2.000 millones de seres humanos, forjados por miles de años de evolución, a los casi 8.000 millones actuales.



La máquina de vapor, el motor y la electricidad elevaron al Ser Humano a la categoría de Plaga Planetaria.


COSAS DE SER UNA PLAGA PLANETARIA.

Uno de los problemas que tiene convertirse en una plaga es que vives por encima de los recursos que puede proporcionarte el entorno, en nuestro caso el planeta. En este sentido, lo habitual es que cuando alcanzas el tope de esos recursos el crecimiento se amolde a lo que tienes, y pase de exponencial a logístico, aplanándose el crecimiento e incluso decreciendo lentamente, que es lo que podría estar ocurriendo en la mayor parte de los “países desarrollados” en la actualidad.


Evolución de la población mundial. Elaboración propia a partir de datos de ONU.

Pero en nuestro caso tenemos un problema añadido, el recurso con el que hemos crecido exponencialmente y gracias al cual hemos cuadruplicado la población, desaparecerá. Y esta desaparición tendrá más de disruptiva que de progresiva. Al contrario que en el caso de las plantas, los combustibles fósiles no son renovables, son cada vez más escasos y difíciles de obtener.

Nos sobran por tanto miles de millones de toneladas de biomasa en una población que ha crecido gracias a un recurso energético ficticio, una ilusión, un acopio finito que solo crecía en la imaginación de una economía energética autosostenida que nunca tuvo en consideración su base real.

Fotografía gentileza de Pxhere.

Aquí quería hacer yo un inciso. Sé que a más de uno le habrá resultado reconfortante en este punto pensar en las energías renovables. Pero siento romper el encantamiento. Las renovables no son, ni serán, el fantástico bálsamo de Fierabrás que nos sirva para calmar el golpe de la pérdida de los combustibles fósiles.

La razón de más peso está en su diseño. Sus parámetros físicos están diseñados dentro de una economía lineal, en la que no se ha pensado en ningún momento en cerrar el ciclo de las materias primas que los sustentan. Las renovables, el coche eléctrico y muchas alternativas “sostenibles” se siguen basando en sistemas físicos finitos no renovables, recursos minerales que, además de no reciclarse al final de su vida útil, se basan en materias primas tan escasas que muchas de ellas ya se clasifican como críticas por la Unión Europea. El litio, las tierras raras, el niobio o el silicio metálico, entre otros materiales, vitales para las renovables, son críticos, cada vez más escasos, y además no disponen de prácticamente ninguna línea de reciclaje (no llegan entre todas al 1% de reciclaje material).



No obstante, si no acaba con nosotros la escasez de los recursos no renovables que estamos explotando hasta la extenuación, lo hará la forma en la que lo hemos hecho, tal y como ya estamos pudiendo comprobar con la subida de temperaturas que abrían este artículo.

Con el consumo realizado de ingentes cantidades de combustibles fósiles hemos devuelto al ciclo del planeta cerca de 500 Gt de carbono (equivalentes a 1.700 Gt de CO2), la mitad de ellos en los últimos 30 años, lo que ha terminado por afectar al ciclo natural de este elemento.

De esta forma el carbono de todas las reservas naturales de combustibles fósiles acumuladas durante miles de años está ahora en el aire, disuelto en nuestros océanos, derivado a otros repositorios donde genera graves desequilibrios. Desequilibrios entre los que se encuentra este incremento global de temperaturas que nos mete en un Calentamiento Global Antropogénico para el que no existen precedentes.

Y aquí da igual la crisis económica, el virus SARS-CoV-2 o lo que queramos. Ninguna crisis nunca consiguió reducir tanto las emisiones como para conseguir siquiera que se notase un estancamiento en las concentraciones atmosféricas. Estamos a tal nivel de emisión que el planeta ni se entera de estas tenues reducciones en unas emisiones sobredimensionadas, que no son más que desaceleraciones en el ritmo al que hinchamos el globo del desastre. Estamos tan por encima de la capacidad de asimilación del planeta que, pese a todo, el CO2 se sigue acumulando de forma constante y sostenida. El declive se sigue anunciando a bombo y platillo.


Evolución de las emisiones de CO2 por combustión y su concentración en la atmósfera.
Incidencia de las grandes depresiones económicas y su porcentaje de contracción.
Fuente de elaboración propia a partir de datos de Global Carbon Project y mediciones de Mauna Loa.

Pero es que el crecimiento poblacional y el uso desaforado de combustibles no sólo han generado un problema grave en el ciclo de carbono. Otros gases de efecto invernadero también se han visto incrementados con el ascenso de la población mundial y el desarrollo industrial, incluso en mayor grado que el CO2. Metano (CH4), Nitroso (N2O) y CFCs, entre otros, son también parte de esta peligrosa ecuación en ascenso, y han conseguido igualmente desvirtuar los ciclos naturales.

Y junto a la emisión de gases hay que considerar otros daños colaterales de ser una plaga. Una población en crecimiento exponencial precisa de recursos en evolución exponencial, y los combustibles fósiles no se comen ni forman parte de la infraestructura de una “sociedad desarrollada y avanzada”. Es necesario hacer hueco, y casualmente mucho de este hueco está ocupado por una superficie ingente de medio natural que no es productiva para el sistema, la tragedia está servida.

El problema así se enmaraña aún más. El Cambio Climático no es la única complicación que tenemos encima de la mesa. Es sólo uno de los múltiples nudos que conforman la soga que tiene la humanidad puesta al cuello, un nudo al que se suman otros de vital importancia como la deforestación, la extinción masiva de especies que estamos generando, la contaminación de recursos básicos, la escasez de agua, etc. etc.

Y cuidado, tengamos en consideración un aspecto vital…. La Tierra no nos necesita para sobrevivir, somos nosotros los que no podemos vivir sin nuestro planeta. El Cambio Climático y el resto de nudos de nuestra soga son un problema de salud y supervivencia de nuestra propia especie.


Comentarios

  1. Muchas gracias por el artículo Fernando! Especialmente por la selección de las gráficas. Saludos desde Alemania ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias a tí por leerlo. Las gráficas tuyas son para todo aquello que te puedan servir. Un beso y feliz año nuevo.

      Eliminar
  2. Actualmente estudio arquitectura y me gustaria incurcionar en el ambirto ecologico y en como podria aportar a la humanidad. Me ayudo bastante esta informacion. Gracias por compartir y saludos.

    ResponderEliminar
  3. Incisivo y realista sin demagogia, genial Fernando.
    Y sin embargo te falta lo peor, el CO2 y el cambio climático no nos matará -a todos- de hecho en el pasado, sólo ha provocado extinciones masivas del 50 al 80%.
    No. Lo peor es la liberación al ambiente de todos esos minerales "sostenibles" que son incompatibles con la vida - vamos que son venenosos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Tus comentarios son siempre bienvenidos. Agrega aquí lo que desees en relación al artículo publicado.

Entradas populares de este blog

TRÁFICO Y CALIDAD DEL AIRE EN MADRID

PILDORA R-1. CALIDAD DEL AIRE CON R.